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Amé esta actividad toda mi vida

Amé esta actividad toda mi vida

Los sueños y aspiraciones de Jorge Delgado se unen en el amor por su familia, por su trabajo y en el profundo deseo de que cada uno pueda desplegarse en su mejor versión.

Su nacimiento coincide con la inauguración del tambo mecánico, hace 48 años. La casa que habita es la que lo vio llegar al mundo, ubicada en El Arquel, un campo a 18 km de Villegas, en estación Moores, una vía de tren de carga que sigue en funcionamiento. Jorge busca en su memoria un poco de la historia de los inicios del tambo familiar, que según él ya ronda los cien años, tiempo en el que su abuelo materno, Argentino Giménez, hijo menor de una familia de inmigrantes españoles, compró el campo. Ahí mismo también nació Raquel, la mamá de Jorge, bajo ese techo y cobijada por las mismas paredes blancas. “En la actividad estamos desde toda la vida, toda la familia. Mi abuelo a los 9 años era boyero”. Los Delgado viven y trabajan en las 94 hectáreas que le quedaron a Raquel luego de la división con su hermano. “Mi abuelo fue muy prolijo siempre y armó el campo de 189 hectáreas en dos mitades”. La familia y el trabajo se entrelazan a lo largo de la vida de Jorge Delgado. Hasta hace cinco años trabajaban todos juntos, padres, tíos y primos, y fueron socios en otras actividades, pero desde 2017, decidieron que cada familia continuara los proyectos por su lado, y tanto su tío Argentino como su primo Aníbal, eligieron no seguir con el tambo, “sigo yo, yo nunca lo quise abandonar. Y estoy construyendo uno nuevo, porque ese quedó en el campo de mí tío. Me lo prestan hasta que yo me haga el mío. Ese tambo tiene mi edad, ahí ordeñamos actualmente. Tiene una estructura vieja, de cinco bajadas, no es espina de pescado. Cuando yo tomé el tambo, la familia dejó de ordeñar, hasta ese momento ordeñábamos nosotros. Mi tío fue el más tambero de todos”. La pasión y responsabilidad por el trabajo es algo que se vive en familia. “Mi papá tiene 77 años. Es un genio mi padre, es un gran trabajador, no conozco muchas personas como mi papá. Los dos, mi mamá también”. Y con admiración y algo de emoción reconoce en ambos esa capacidad de trabajo y tesón. Técnico en Administración agropecuaria, recuerda todo el esfuerzo que hizo su madre para que él lograra una educación terciaria, “ella ordeñaba mientras yo estudiaba. De toda mi familia tengo un gran ejemplo, de mi tío también”. Y aflora luego en la conversación la memoria agradecida hacia su abuela paterna, Josefina Primo, fundamental para Jorge porque fue quien lo acompañó durante su secundaria. “Todo el mundo la conocía como Ñata. Hay dos personas que siempre han sobresalido en mi vida, mi papá y mi abuela. No conozco una persona más buena que mi abuela Ñata. Soy una persona tremendamente rica en afectos. Mis padres, mis hijos, mi esposa, buenos amigos. Me puedo tirar para atrás que no pego en el piso. Siempre hay alguien que pone la mano. Tengo una vida muy feliz”, dice con humildad. Casado con María Guerrini hace veintiún años, tienen tres hijos, Martina de diecisiete, Alejo de catorce y Lucía de once años. “Mi esposa es otra tambera de toda la vida. En la primera etapa de matrimonio María tuvo que resolver muchas cosas con los chicos sin mí, por estar trabajando”, comenta Jorge, quien se traslada frecuentemente desde el campo hasta Villegas donde ellos están instalados. “Cuando los chicos empezaron la escolaridad con mi esposa decidimos venirnos a la ciudad. Martina está en la edad en la que decide su vida y la estamos acompañando en ese proceso. Nos hemos ocupado mucho con su mamá de que entiendan el significado del esfuerzo, del trabajo, de los valores”. Sienten de alguna manera que, si bien el ejemplo es fundamental, la vida muchas veces presenta pruebas. “En un momento suben al cuadrilátero y le sacan el banquito y ahí quedan solos, y lo que tienen enfrente no es el adversario, es la realidad”. Equipo de primera Jorge, que también es contratista, luego de la división, contrató un matrimonio de tamberos para el ordeñe y las tareas del tambo. “Julio Romero y Valeria Bordón son excelentes, muy prolijos, de lo mejor que conozco, no que he tenido, que conozco”. La inseminación, de la que antes se ocupaba él, también la delegó en Julio hace ya unos meses, pero no delegó la guachera, “la hago yo todos los días, porque es el futuro, es lo que viene dentro de dos años”. También participa del equipo de trabajo, Sergio Sánchez, “otro gran colaborador”. Mi familia fue siempre de trabajar mucho. Lo que se hizo se hizo desde muy de abajo. Esta es una actividad sacrificada, pero te permite hacer cosas. Yo voy a ser tambero hasta que me muera. Tengo 48 años y estoy haciendo un tambo en noventa hectáreas, algunos me dicen que estoy totalmente loco”. Pero al hablar de este proyecto la voz se le aclara e ilumina, como si un sol límpido madrugara desde su garganta. “Estoy recibiendo la ayuda de gente que la tiene más clara que yo. Dios mediante, va a ser un tambo de diez bajadas, espina de pescado, y más grande de lo que necesitamos por la cantidad de vacas. Un amigo me dijo, Jorge vos invertí en la sala de ordeñe, no inviertas en la sala de espera, y eso fue lo que hice, vamos a pasar de ordeñar cinco vacas a ordeñar diez”. El número de vacas fluctúa entre setenta y ochenta, lo que representa un promedio 1100 litros diarios. Con la nueva estructura podría crecer en esos números. “Hemos podido alquilar otro campo a un vecino, en el que llevo vacas de cría, y me ayuda a potenciar las noventa hectáreas”. De las cuales, veinticinco son médano, aclara. “El tambo lo hicimos más grande, no tanto para aumentar el número de vacas si no para que el ordeñe sea rápido y no tan tedioso para el tambero. Llegar a las 120 vacas sería mundial” Pero aclara que no es algo a lo que hoy esté aspirando. “Este es un tambo que funciona con recursos propios, no compramos balanceado, trabajo con lo que tengo, llegar a las 120 vacas no es algo que me quite el sueño”. El rodeo se alimenta a pasto, alfalfa, silo de maíz, rollo y grano, pero todo de producción propia, “menos silo, hacemos todo nosotros”. Imaginando el futuro Hacia adelante Jorge imagina y aspira a que todo el sacrificio que hizo su familia pueda ser aprovechado por sus hijos, “pero por sobre todas las cosas, esto es muy sencillo y difícil a la vez, yo lo único que pretendo es que sean personas felices y buenas, no me interesa la instrucción de mis hijos más allá de lo que ellos decidan hacer. Que tengan tanta instrucción como la que quieran y necesiten, pero que sean educados, hay una gran diferencia. No me serviría la empresa familiar en manos de mis hijos, si no fueran felices. El objetivo de la empresa familiar es que, si hace felices a mis hijos, lo aprovechen, y si no, que hagan lo que les guste hacer”. Educado en la fe y en el valor del trabajo Jorge cree en la simpleza, “solo hay que ponerle esfuerzo, hay mucho por delante, pero todo hay que encararlo desde lo que nos hace felices. En este sector que es tan complicado, hay posibilidades, y lo dice alguien con pocas vacas y un campo chico. Nunca me faltaron oportunidades. Amé esta actividad toda mi vida. Esta es una actividad noble”.

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